Esperando por una dueña

Había pasado un tiempo, indecisa frente al lugar, hasta que finalmente decidió entrar. Ninguna llamó su atención, no podía negar que fueran bonitas, pero no había en ellas nada que despertaran nada en especial en ella. Llamó a la joven que se encargaba del lugar, que encogió los hombros ante sus preguntas. Suspiró profundamente y cerró los ojos colocando los brazos en jarras.

—Dónde, dónde....

Dio dos vueltas sobre sí misma, y abrió los ojos. Entonces la vio, era de tez muy blanca y unos profundos ojos azules. La expresión en su rostro llamó su atención, la llenó de curiosidad. Sonriendo satisfecha se acercó en silencia hasta ella.

—¿Te diviertes?

Guardó las manos en el abrigo, y se quedó mirándola. Era una mirada llena de dulzura, sobre la cual también flotaba, un deje malicioso, provocador.

Sin perder la sonrisa, se acuclilló frente al cristal y se quedó mirándola, ahora con mayor profundidad que la anterior. Levantó la mano y la pegó en el cristal. Parecía un pequeño gatito, lleno de energía, y un halo de inocencia que la hacía esbozar una sonrisilla.

—Podría arreglar eso... pero antes, ¿cual es tu nombre?

Ladeó el rostro parar mirarla, sin apartar la mano del cristal. Si pudiera atravesarlo, estaría haciéndole cosquilla detrás de aquellas lindas orejitas. Sin saber por qué, aquello era lo que deseaba.

Rió ante el comentario de la pequeña gatita, y deslizó el dedo por el cristal como si lo hiciera por su mejilla. Se quedó mirándola un rato, en silencio, viendo cada una de las expresiones que adoptaba su rostro.

—Te vienes conmigo —anunció, sonriendo con cinismo.

Giró sobre sus talones y se dirigió al dependiente en cuestión. Fue rápido y sencillo, una firma aquí, y algo de dinero. Volvió con una carpeta y su correspondiente papeleo, así como con un collar, que se límito a guardar en el bolsillo del abrigo. Le indicó al dependiente que la dejara salir, y aguardó allí, de pies, mirándola con un deje dulce y arribista.