A correr —Privado—

Uno de sus días libres decidió llevarse a la pequeña gatita a hacer ejercicio, ya que no quería dejarla sola y de verás parecía entusiasmarla el deporte. Se le ocurrió que podrían pasar parte de la mañana y de la tarde allí. Preparó una pequeña mochila, con sus almuerzos y todo lo estrictamente necesario. Terminó de arreglarla bien, y arreglarse, y ambas salieron por la puerta, sin pasar por el garaje.

Corrieron hasta alcanzar el parque donde hubieran estado el primer día. La profesora llegó primera ya que iba guiando y dobló la espalda respirando ligeramente cansada. Sacó un botellín de agua y se lo lanzó con energía a Nanami. La contempló. Era como si pudiera recorrer tres o cuatro veces más aquel camino y aún más. Bebió de su propio botellín de agua y se acercó a ella a revolver su pelo como tanto le gustaba.

—¿Qué tal si descansamos un rato? ¡Estoy mayor ya! —rió en voz alta y se encaminó hacia un borde de piedra, donde se sentó a recuperar el aliento. Usó el agua de la botella para humedecerse el rostro. Acto después, pequeñas gotitas caían de su barbilla.

Negó con el rostro y dejó que el agua siguiera resbalando por su pálida tez. No había vuelto a tratar con ella qué había sucedido después de aquella tarde en ese mismo parque, cual fue el desencadenante del cambio de actitud. Aquella era también una de las razones por las cuales había decidido ir a ese parque y no al que se encontraba al otro extremo de la ciudad.

Relajó los músculos por unos minutos y sintió como su corazón volvía a latir con profundidad y sosiego. Se irguió y guardó de nuevo todo en las mochilas. Le dio un empujoncito juguetón y sonrió.

—Sigamos un rato, pero encabeza tú —le guiñó un ojo.

Le gustaba verla alegre. El exterior, el mantenerse en movimiento parecía agradarla. Y eso a ella también. No quería sentirse atada a un hogar, ni que ella se sintiera así tampoco.

Siguió su ritmo como pudo, aunque las piernas comenzaban a hacersele pesadas a medida que el calor aumentaba. Habían salido de casa a una hora temprana, no obstante, el tiempo parecía avanzar vertiginoso. Pugnó por aguantar un poco más y fijó su meta donde el parque torcía hacia otro sendero. Llegado allí se detuvo levantando un poco de gravilla y llamó a la pequeña para que parara.

Volvió a ofrecerle el agua, y volvió a empaparse el rostro, humedeciendo también parte de su cabello. Caminó y se metió en la zona verde para poder llegar a la sombra de un árbol. Apoyó la espalda en el robusto tronco y dejo que deslizara hasta quedar sentada. Clavó sus ojos celestes en la joven de orejas gachas. Sonrió con dulzura.

—Ven a sentarte conmigo —inquirió con una voz escueta.

¿Por qué estaba siendo tan huidiza? Ni siquiera podía mirarla a los ojos más de dos segundos. Sacó dos manzanas rojas, intensamente rojas, de la mochila y lanzó una encima de su vientre ahora que se había tumbado. Quizá no le gustaran, pero cabía intentarlo. Mordió la suya y disfrutó del sabor de aquella pieza de fruta.

Miró el cielo que tanto le parecía interesar en busca de algo importante, mas no lo encontró. Terminó la fruta y bebió un poco de agua para pasarla. Se inclinó entonces sobre la joven, tapando su campo de visión con su rostro y torso. La miró ligeramente ceñuda.

Prácticamente sobre ella pudo contemplar su expresión al completo. Primero de sorpresa, después pensativa para dejar paso al rostro esquivo al que comenzaba a acostumbrarse, y no quería que eso pasara. No estaba enfadada, no con ella, sino estaba confundida por desconocer la razón de que de pronto fuera tan distante, o fría, no sabría escoger.

Alargó la mano y la tomó de la barbilla, para mantener recta su cara.

—¿Por qué huyes de mis ojos?

Era una pregunta un tanto extraña, pero con más sentido de a lo que literalmente se refería. Suspiró casi en silencio y la miró, la miró con profundidad y el gesto aún serio.

Ante su mirada la joven enrojeció y su pecho comenzó a palpitar de manera abrupta, del todo extraño. La miró con las cejas enarcadas por la confusión y automáticamente llevo su mano a la frente de la pequeña. Estaba caliente, pero no lo suficiente para que se tratara de fiebre. Quizá el correr bajo el sol le había afectado, no conocía exactamente en que diferían las características físicas de un humano, con ella.

—¿Te encuentras bien? —su tono era ligeramente preocupado.

Tomó la botella y vertió un poco de agua sobre una de ellas. Con los dedos índice y corazón de la otra mano le mojó con delicadeza la línea de la nariz, las mejillas y delineó sus labios. Meditabunda se planteaba qué era mejor para aquellos casos, si mantenerse erguido o tumbado.

Apretó la mandíbula un instante y le devolvió aquella mirada. Se mantuvo en silencio sin apartarse, sin mover los dedos de la cercanía de sus labios. ¿Y sí le diera un punto de vista distinto a todo aquello? Poco a poco apartó la mano de su rostro y la apretó contra sí misma. No era un sonrojamiento debido a estar enferma, de eso ya no cabía duda. Se apartó ligeramente y ocultó el rostro fingiendo buscar algo en la mochila, mas solo era un intento de ocultar su propio ligero rubor.

—Vamos a buscar un sitio donde comer —anunció al tiempo que se levantaba. Y se giró, le ofreció la mano a Nanami, con una pequeña sonrisa escondida en el rostro.

Agarró con firmeza y dulzura su mano, hasta aquel momento no había pensado en lo delicada y suave que era su piel. Juntas caminaron hasta uno de los extremos del parque, había recordado que allí había un pequeño lago artificial y un gran espacio verde con árboles donde poder estar tranquilas. Pensaba en la dueña de la pequeña mano que sujetaba, volvía a tener las orejas gachas.

Cuando ya estuvieron cerca del lugar su mano comenzó a acariciar la de ella, tenuemente y sin querer, simplemente presa del afecto.

El sol dañaba sus claros ojos, aún así pudo atisbar ya en la cercanía el fulgor del agua sobre un fondo intensamente verde. Sonrió contentada continuando el camino estirando del pequeño y bonito paquete que la acompañaba. Pero su armonía personal se vio chafada cuando al instante, la joven se zafó de su mano con brusquedad. No sólo eso, se alejó de ella. Se volvió a ella extrañada. ¿Había dicho o hecho algo malo? O quizá no le gustaran los cariños. No obstante, no era la forma en la que alguien los negaría.

—¿Nanami...?

¿Qué no hiciera qué? Pero la necesidad de respuesta se fue tan rápido como una pequeña lágrima surcó su rostro. Por unos segundos se quedó bloqueada. Apretó los labios y la mandíbula, endureciendo sus facciones. Estaba errando en algo y no lograba saber dónde. Además, una rabia irreversible por si misma la invadió. Y en ese preciso instante se dio cuenta de que jamás podría verla llorar, menos aún, ser la causante. Tragó saliva para aflojar el nudo en su garganta y avanzó hacia ella. Pasó los brazos por su espalda y la abrazó contra su pecho. Aunque no quisiera, la retuvo.

Como esperaba rechazó el abrazo en una primera instancia, pero no pudo escapar, la tenía bien sujeta y la ganaba en tamaño. Cuando ya se hubo calmado se dejó, apoyándose finalmente en ella. Sonrió, elevando una de las manos en su espalda hasta llegar a la parte de atrás de su cabeza, donde agarró sus cabellos con cuidado deslizándolos entre sus dedos.

No se había dando cuenta, pero sintió la suavidad de sus manos sobre su espalda desnuda. Había introducido las manos debajo de la ropa. No se extraño de primeras, quizá quisiera un contacto más sincero que a través de unas ropas. Continuó con las caricias en su cabello y esbozó una sonrisa satisfecha. Aunque desconocía las razones, volvía a ver a la Nanami que había visto días atrás y tanto le había gustado.

Sí, le había gustado. Demasiado.

Acercó sus labios y besó sus cabellos, apoyando los labios unos segundos. Volvió a embriagarla aquel dulce olor, que ahora también podía percibir en su casa. Pensó que quería notarlo al despertar cada mañana y eso la aturdió. Frotó su espalda dispuesta a alejarse ligeramente, mas su cuerpo no quiso hacerlo.

Lo que hizo después fue aún más sorpresivo que todo lo anterior. Fue muy ágil en sus movimientos y sin poder evitarlo, había llegado a sus labios y logrado besarla. El tacto de sus labios era agradable y estaba segura de que sí se relamía después sabría dulce. No obstante, hizo a un lado aquellos pensamientos y trató de separarse. Ni su voluntad fue capaz de hacerlo hasta que sus manos empujaron ligeramente sus hombros, lo justo para separarse.

Intentó mantener una postura adulta, aún cuando el rubor era sutil en sus mejillas. Miró alrededor como si vigilara que nadie las hubiera visto, aunque no se tratara de aquello.

La cogió de la mano y terminó de caminar junto a ella hasta la sombra del gran árbol donde había tenido intención de parar desde el principio. La apoyó de espaldas contra el árbol y habló con una voz profunda, aunque eso no era anormal en ella. Apoyó un brazo en el tronco por encima de ella. La miró con un rostro de reprimenda.

—No podemos hacer eso.

Aunque las palabras solo sirvieron de precedente, pues fue ella quien esta vez pegó los labios a los de ella. ¿Había sido un efecto de ver aquella anhelante mirada infantil?, ¿el recuerdo de sus labios hacia escasos minutos? Estaba confusa, ciertamente al borde de iracunda, por desconocer todo lo que acaecía.

Más que alejarse, terminaron totalmente pegadas la una a la otra. Estaba ligeramente doblada, aún rozando sus labios con los de ella en un beso casto. Había estirado de ella, no la había rechazado cuando esperaba irrealmente que lo hiciera. No era dueña de sus actos en ese instante, al menos, no su cerebro.

Tomó su rostro con ambas manos y lo elevó. Quería probar más de ella ahora que había superado el límite. Profundizo el beso, entreabriendo sus labios para colarse en su boca. Respiró su cálido aliento y entonces no pudo contenerse. Se sumergió en un baño de humedad y tibieza, cerrando los ojos, olvidando todo, abstrayéndose a otro lugar donde sólo había cabida para aquel beso.

Su parte razonable ordenaba que parara, pero el sonido de su plegaría era muy lejano y lo único que hizo fue hacer el beso aún más deseable. La besaba profundamente, pero sin prisa, no había tiempo que contara. Mordió su labio inferior suavemente y entreabrió los ojos solo para verla un poco.

Fue entonces cuando el claxon de un automóvil la sacó de su ensimismamiento. Después de todo, el parque se encontraba en el medio de una ciudad. Apartó los labios de ella, resistiéndose. Apoyó ambas manos esta vez sobre el tronco, y quedó ligeramente cabizbaja con el pelo dorado cayendo a su alrededor. Tenía un dilema moral, crucial.

—Había prometido que esto no ocurriría —anunció.

Aunque estaba siendo hipócrita consigo misma. ¿Desde cuando le importaban las promesas de amor? Quizá solo fuera una excusa. Una gran excusa. Sonrió de medio lado y río para sí misma. Acaso se estaba ablandando por la edad. No era posible. Ensanchó la sonrisa cínica y miró a su compañera.

Dejó hacerse por la caricia de su mano, hasta que sus miradas volvieron a encontrarse. Agarró su mano y dejó un beso sobre sus dedos, pero no se detuvo allí siguió por su brazo hasta detenerse en un punto donde arremetió contra sus labios, con la misma intensidad que antes, pero más corto. Sonrió con un deje de arribismo y enarcó las cejas expresivamente.

—A tu mejor amiga—recalcó las últimas palabras, para referirse, sin duda, a la otra gata que cohabitaba con ella en casa. No la miraba a los ojos mientras hablaba, estaba distraída deslizando su dedo desde su barbilla hasta el hueco entre su clavícula. Ya había sido informada de que era muy sensible, pero era mucho más de lo que se imaginaba.

Se separó de ella girando sobre sí misma y se arrodilló para rebuscar en la mochila. Al hallarlo, lo extendió sobre la hierba junto al árbol. Era una manta de color rojizo. Se sentó en ella y respiró cómoda. Aún era pronto pero dejo las cosas para el almuerzo cerca. Se hizo a un lado, aunque el mantel fuera enorme, y la miró para que se sentara junto a ella.