A correr —Privado—

Al parecer quería protegerse de tener una distinta opinión si se encontraba cerca de ella. La miró pensativa y retiró después la atención a la mochila, de donde sacó algo que no había sacado nunca antes frente a la pequeña. Era una pitillera, y con habilidad encendió uno de los cigarrillos, exhalando aún pensativa, el humo hacia el cielo.

Era una buena pregunta, por su respuesta realmente. El sonido del trato de usted seguía chirriando en sus oídos. La miró directamente.

—Digamos que tenemos una relación más estrecha que la de ama-sirvienta.

Dio otra calada del cigarrillo y lo apagó. Últimamente no le sabía bien y eso era mejor. Se tumbó y colocó los brazos detrás de su nuca. Miró el cielo distraída. No es que hubiera sentimientos reales, sino que se había metido en tierras escabrosas.

La desde el suelo y le dedicó las mejores de sus sonrisas.

Todo estaba siendo muy brusco, y su madurez en ese caso brillaba por su ausencia. No era una respuesta clara, era un eufemismo, pero no podía decirlo de otra manera. Le importaba Mariko, le atraía y la quería, pero no más de lo estrictamente necesario debido a su condición. No había pensado mucho en ello, pero si lo planteaba se sentía del todo extrañada e insegura de ello. Suspiró profundamente dejando a un lado aquellas sensaciones.

Miró a la chica a su lado y sonrió. Era una niña, francamente. Irguió la espalda y comenzó a sacar lo que sería su almuerzo, poco más que unos sándwiches envueltos. Sacó las bebidas y dejó su parte sobre ella. Sin decir mucho más mordió de lo suyo, aunque pronto lo dejo a un lado y se ciño a beber.

Tras acabar con ello la miró.

—Siento mucho lo de antes, no sé en que estaba pensando.

Desconocía sus pensamientos y sentimientos, tanto como los suyos propios. ¿Se había dejado besar por ser servicial? Dónde estaba el límite. La ética, jugaba un papel predominante en la situación, el respeto e incluso los anhelos.

La miró con seriedad. No quería hacerla sentir así, que se tuviera que disculpar por algo como tal, cuando no había nada de malo en ello. Y no podía soportar una mirada triste como aquella, o el rubor, quería que se sintiera cómoda con ella. Miró el cielo tratando de ordenar los pensamientos que se retorcían descontrolados en su mente. Pero su decisión estaba hecha.

No sólo eso, trataba de controlar la punzada que tenía en el vientre.

—No digas eso —comenzó y avanzó un poco más hacia ella— Tienes derecho a sentirlo. Tienes derecho a poder besarme. Como ama, no voy a privar a ninguna de las dos de ello.

Nada de lazos con ninguna de ellas. Además, ¿no era eso imposible entre un humano y una neko? Entendía que pudieran tener sentimientos, pero suponía que estos eran derivados de la condición ama-sirviente que se les había sido asignada. De ser libres, y aún humanas, puede que aquellos sentimientos no aparecieran. Las había comprado, y según las doctrinas adquiridas era dueña de todo a lo que ellas concernía, incluso sentimientos.

Era difícil mantener una idea respecto a esa ética, pero esa iba a ser su decisión. Eran suyas, y en cierto modo, ella era un poco de ellas.

Aunque quisiera ocultar sus lágrimas las pudo apreciar con claridad, no obstante, no dijo nada al respeto y se limitó a seguir en silencio al observar como se levantaba y dedicaba a recoger lo restante. Encendió un cigarrillo de nuevo y lo dejó colgando de sus labios pensativa, observando el humo que surgía ante su mirada. Quizá si se mostrara imperfecta, si dejara de intentar ser tan buena, pudiera hacer cambiar esos sentimientos. Y que nadie pudiera sentirse herido, mucho menos, sentir la necesidad de llorar.

Exhaló el humo por la nariz al tiempo que se levantaba y doblaba el mantel, para volver a guardarlo todo. Una vez terminado, se echó la mochila al hombro y miró a la pequeña.

—¿Sigues con ganas de pasear?

Dejo el veguero entre sus dedos y expulsó el humo hacia otro lado, con la vista ligeramente elevada al cielo de un azul increíble.

Suspiró resignada y apagó el cigarrillo que parecía molestarla. Negó con el rostro, no era necesario que cargara con la mochila. Aún se preguntaba cómo sería mejor tratarla. Aunque también tenía mucho trabajo en adelante, cuando las breves, brevisimas vacaciones acabaran. Suspiró profundamente y se volteó para acuclillarse ligeramente frente a ella, puso las manos sobre sus hombros y la contempló.

—Creo que he sido demasiado fría —miró el suelo pensativa y volvió a mirarla— Me gustas, esa es la razón por la cual te saqué de allí. Aunque en un principio quisiera alguien que me ayudara con las tareas, lo cierto es que no pude evitar fijarme en ti.

Se levantó, sin apartar la vista ni un minuto de ella. No sonreía, estaba notablemente sería, pero aquello era porque no formaba parte de su personalidad, sincerar pensamientos o sentimientos tan propios.

—Quizá fui egoísta llevándote conmigo, encandilándote. Pero, mentiría si dijera que lo que hacía no era lo que de verdad quería hacer—apretó los labios— Discúlpame si eso ha sido una molestia. Pero no sé hacerlo mejor, solo sé qué es lo que quiero. Y eso eres tú.

Mantuvo la mirada sólo unos segundos más y giró de nuevo sobre sí misma. Se adelantó unos pasos más, no podía evitar sentirse extrañada cada vez que cosas como aquella brotaban de sus labios, y eso no pasaba nunca.

Después de haber confesado toda aquella palabrería, se había alejado de la joven, lo suficientemente temprano como para no percibir su reacción. Tampoco esperaba que fuera brusca, quizá todo aquello le fuera grande. Quizá fuera a ella a quien le estara grande, pero se sentía bien por haberlo dicho todo. No se había alejado demasiado, y sólo parecía estar dando la vuelta al árbol donde se habían encontrado antes. Sonreía para sí misma al tiempo que resguardaba las manos en los bolsillos sin saber bien qué hacer con ellas.

Escuchó entonces los pasos acelerados de ellas tras de sí y con ello, el roce cálido de su mano cuando la sujeto. Miro sus preciosos ojos cuando sus labios dijeron gracias. Era extasiantemente bella. Conformada con aquello se sintió aún más sorprendida cuando inclinándose de puntillas, pudo sentir sus labios rozando los de ella. El leve cosquilleo la preparó para lo siguiente, e hizo que su anhelo sólo aumentara. Cerró los ojos también y se dejo hacer. Era un beso sensual, húmedo, cálido, sentía su cuerpo tan cerca del suyo y sus manos tan pegadas a su cintura.

La abrazó con ambos brazos, pegándola más a ella. Apartó los labios de su boca y dejo que descendiera por su barbilla, que rozaran su cuello y besó el hueco entre sus clavículas. Tenía una piel especialmente suave, sensible. ¿Sería multiplicada la sensación de aquel pequeño beso? Se aventuró a deslizar la punta de su lengua, de nuevo hacia su barbilla, en busca de sus labios.

Tenía los ojos entreabiertos. Jamás se cansaría de mirarla.

Escuchar su pequeño y dulce gemido fue la gota que colmó el vaso. Sintió como sus mejillas se encendían ligeramente, no de timidez, sino de la súbita pasión que había sentido trepar desde su vientre hasta su alma. Buscó su mano sin deshacer las pequeñas caricias en su cuello, y entrelazó los dedos con los de ella. Apartando los labios de nuevo, la miró con una pequeña sonrisa en los labios, guiándola de nuevo hasta la sombra y resguardo del árbol. La apoyó de espaldas contra el tronco, despacio, aún sujetando su mano, y tomando su rostro con la otra. Deslizaba los dedos por sus mejillas, con dulzura.

—Soy yo la que esta agradecida por este regalo —sonrió aún más, con un deje brillante en sus ojos clavados en los de ella.

Continuaba acariciando sus mejillas, los dedos de sus manos, acercando de nuevo los labios a los de ella, besándola sutilmente sin despegarlos, haciendo que sintiera su cálido aliento y que se juntara con el de ella. Simplemente jugando, saboreando con cada instante en que su piel rozaba y dejaba de hacerlo de nuevo.