Esperando o desesperando [libre]

Se había ceñido a pasear toda la mañana. La tenía libre, así pues, dejó el coche en el centro de la ciudad y caminó por las largas calles. Compró un botellín de agua fría, el calor se hacia insoportable a esas horas del día. Además llevaba las gafas, pues le dolían los ojos del simple resplandor. Sin percatarse de ello su paseo la llevó hasta donde estuvo hacia meses. Frente al Neko Maiden Store. Bebió un trago de agua mirando a través de la cristalera, se encogió de hombros bajo la blusa y se adentró en el lugar. Después de coger un par de cosas de la estantería y escabullirse de las insistentes dependientas dio un paseo por alrededor de las jaulas. Casi todas trataban de llamar su atención, aquellas gatitas enjauladas. No obstante se acercó a una que parecía cansada, enferma o simplemente triste. Se inclinó ligeramente para poder verla bien y llamó con los dedos a la cristalera. Se retiró ligeramente las gafas para poder verla, clavando sus celestes ojos en ella.

—Anima esa cara —agregó sonriendo con extrañeza.

Como era de esperar de alguien que estaba acostumbrado a ello, la jovencita obedeció y forzó una sonrisa que actualmente no sentía. Sintió una pequeña punzada de nostalgia, no era nada enternecedor verlas enjauladas de aquellas maneras. Suspiró y se sentó en un pequeño banquito frente a la jaula. Cruzó las piernas y la miró, quitándose enteramente las gafas.

—¿Cómo te llamas? —intentaba captar su atención, sacarla de sus tristes pensamientos. Que pudiera tener contacto con alguien del exterior— Yo soy Cindy.

En ese momento se levantó e hizo algo impropio. Adelantando y flexionando una de las piernas, colocando una mano frente a su cuerpo a la altura de la cintura se dobló ligeramente formando así una cordial reverencia. Sonrió a volver a ponerse rígida sin dejar de mirar los ojos entristecidos de la gatita.

La gatita también hizo una reverencia, aunque no le gustaban realmente aquella clase de gestos viniendo de alguien que ya había sido suficientemente rebajado. Se acercó a la jaula y se arrodilló frente a ella. Ahora estaban más o menos, a una altura más parecida, o menos acentuada, por así decirlo. Sonrió con dulzura, apartándose el cabello dorado.

—Nanami es un bonito nombre —deslizó los dedos por el cristal como si acariciara su pelo— Imagino que estarás deseando salir de aquí. Este lugar es... detestable.

Aunque ella misma había comprado allí una gatita, las compraría todas paras dejarlas en libertad si así se pudiera. No obstante las leyes eran estrictas, y el dinero que conllevaba aquel local era más poderoso que la buena fe. Volvió a mirar con cierto pesar a la pequeña, parecía realmente jovencita.

Estiró de la mano a la que se había aferrado y la sacó de aquel estrecho lugar. Sonrió a la dependiente tenuemente y caminó junto a la gatita hacia la salida, aunque solo se detuvieron a tres metros en el exterior de la tienda. Lo suficiente para ver la calle, el cielo, las nubes y el sol. Sintió su calidez sobre las mejillas. Sin soltar la mano que sujetaba la miró de reojo sobre las gafas.

—Se respira bien, ¿verdad? —para enfatizar la frase respiró hinchando el pecho y expiró sonoramente.

Miraba la arboleda como ella, la gente caminar armoniosamente por el parque frente a ellas, los niños riendo y jugando. Era una esplendido día sin lugar a dudas. Sintió la presión en su mano, pero no le dio mayor importancia, pues quizá se sintiera entusiasmada, mas cuando se zafó de ella concentró su atención y mirada en la jovencita.

Tras apartarse, una reverencia y una clase de disculpa se precipitó corriendo de nuevo al interior de la tienda. No tardó en alcanzarla hacia el interior, pues sus pasos eran más largos. La asió por la muñeca antes de que pudiera escapar al interior de la jaula. La acercó a ella y la miró con el rostro ligeramente ceñudo.

—¿Por qué dices eso? —quería poder comprenderla pues se le hacía imposible que alguien con una mirada tan nostálgica no pudiera ser bueno.

Aflojó la intensidad con la que la sujetaba, pero sin ceder espacio. La tenía suficientemente cerca como para que sólo ambas escucharan la conversación. Podría sentir su aliento si se acercara.

Aunque no fuera una experta en reconocer ni tratar sentimientos, notó la humedad de las lágrimas en sus mejillas. "Fallé", eso había dicho, lo que le hizo pensar que realmente había estado ya fuera y por alguna razón había vuelto. Había tenido una ama... y algo sucedió. Soltó su muñeca y la abrazó con ambas manos contra su pecho, no le importaba mojarse. Apoyó la barbilla con cuidado sobre su cabeza y guardó silencio unos instantes, únicamente escuchándola bajo sus brazos.

—Tú no tienes la culpa de nada —susurró con extrema confianza, como si aquello fuera un principio universal.

Sin soltarla cerró los ojos y sonrió amargamente de medio lado. Era impotencia lo que sentía ante sucesos como aquellos, ante las lágrimas, la tristeza y el torbellino de sentimientos que ella estaría teniendo en aquel instante.

Sus palabras funcionaron como un mecanismo en la joven, pues rompió a llorar escondiéndose entre sus brazos. Se mantuvo en silencio, acunándola como si de un niño se tratará, realmente lo era. Acarició su cabello con dulzura y la sentó cuando se hubo calmado. Partió un momento, para regresar al instante con un vaso de agua para ella.

—Ten, o después de llorar tanto te deshidratarás —sonrió levemente y deslizó el pulgar limpiando la humedad de su mejilla.

Se tranquilizó al escucharla hablar, al menos podía hacerlo. Se irguió frente a ella y se apartó las gafas, guardándolas definitivamente. Parecía más tranquila, al menos desahogada, pues estaba segura de que su pena no era tan fácil de desaparecer.

Apoyó la mano sobre su frente.

—No hay nada que agradecer —se acuclilló para poder mirar sus ojos— Tienes unos ojos muy bonitos, aún cuando lloras.

Quería hacer desaparecer esos sentimientos de su mente, al menos de allí podría, no de su corazón. Intentaba distraerla. Sonrió ampliamente buscando su mirada.

Continuó sonriendo, pero al erguirse de nuevo hizo una mueca extraña, confusa más bien. Puso los brazos en jarras y se quedó meditabunda unos instantes mirando la nada. Segundos después despegó los labios para pronunciarse.

—¿"Usted"? Por favor, tutéame —dijo resoplando con jugueteó. No se acostumbraría jamás a que nadie la tratará de aquella forma— Ya hay confianza.

Le guiñó un ojo y volvió a sonreír, dejando a un lado el cumplido. Se sentó a su lado y se mantuvo esa vez un poco más seria. La miró con un ligera contundencia.

—Me encantaría sacarte de aquí, pero —se detuvo y miró al frente pensativa— Quiero que lo decidas tú —la miró, sonriendo tenuemente— En qué momento estarás lista para ello.

Se levantó tras unos minutos y se estiró al ponerse en pie. Cruzó los brazos sobre el pecho.

—Soy muy paciente.

Lo era. Giró sobre sí misma mirando hacia la salida. Quizá sería forzarla comprarla. Pero le había entusiasmado, o se había sentido tan apenada que no podía dejarla allí. Además, parecía tener una dulzura innata que se hacía ver en sus ojos.

La miró por encima del hombro, pensativa. Qué le había ocurrido con su anterior ama para que dijera cosas como aquella. Retrocedió el camino que había dado para postrarse de nuevo frente a ella. Colocó el índice y el dedo corazón bajo su barbilla, alzándola levemente.

—Yo ya he hecho mi elección. La de tenerte. Porque creo firmemente que eres buena —la miró con cierta seriedad— Pero eres tú quien debe creérselo. A mi no me tienes que convencer, tus lágrimas han obrado como espejo de tu alma.

Se irguió deslizando los dedos hasta separarse de sus barbilla y la miro con cierta amargura, de la clase de mirada de alguien protector que querría hacer mucho más.

Sonrió para sí misma y terminó uniendo los labios en una delgada línea horizontal. Echó un vistazo alrededor. Desde luego que el lugar cada vez le producía más escalofríos, era horripilante ver todas aquellas jaulas. Volvió una vez más, su entera atención a su joven interlocutora.

—No me importa no tener ninguna oportunidad —sonrió con confianza— Haré todo por conquistarte y te vendrás conmigo. Porque así lo querrás.

Posó la palma de la mano sobre sus cabellos amarillentos y los revolvió con cierta dulzura, sin alborotar demasiado.