Un lugar apartado ~Privado~

Aunque no completamente, vio como la gatita se adormecía en el asiento del copiloto. Después del todo viajar temprano era cansado, y dentro del coche hacía un calor ideal proporcionado por la calefacción. A medida que ascendían por la carretera, los bordes de la carretera se veían más blancos, y en algunas partes hielo, aunque los operarios habían echado ya sal.

Llegaron al lugar. Era una gran casa de madera y piedra blancuzca en la parte media de la montaña. Poseía un jardín que con el deshielo se vería bello, pero ahora era blanco, como el resto. Si se alzaba la vista hacia arriba, se podían ver la estación de Sky.

Las recibió una anciana muy amable que les mostró el lugar. Iba a ser todo para ellas, pues en aquellas fechas no había apenas clientes. La anciana miró divertida las orejas de la gatita, y se rió con ganas. Eso hizo que Cindy sonriera. Llevó las maletas a la habitación. Era muy amplia, muy cálida con una chimenea de fuego y una cama aún más grande que la suya, y vaporosa. El amplio ventanal daba a una terraza de madera pequeña, que tenía vistas a la ladera de la montaña produciendo una sensación de vértigo.

Tomó el atizador y se acuclilló frente a la chimenea, sobre la alfombra, encendiendo un pequeño fuego. Miró de reojo a Mariko.

—¿Te gusta?

Desde luego había sido un acierto ir a ese lugar, y se alegró más que nunca de la idea que había tenido la pequeña. La observó acercarse y asirse de su brazo preguntando si podrían ir a la estación de sky. Hacia meses que no esquiaba, pero lo hacía desde los 9 años pues en Canadá era común. Asintió y agarro sus brazos, tumbándola en el suelo sobre ella.

—Pero antes...

Deslizó una de sus manos bajó su ropa y acarició uno de sus pechos, bajo el sostén, dandole un pequeño pellizco a su botoncito. Acercó los labios a su cuello y lo besó, mientras su otra mano se deslizaba hacia abajo de su vientre con lentitud.

Acarició su entrepierna por encima de la ropa, le encantaba su energía, quizá por su juventud, siempre estaba dispuesta a cosas como aquella. Desabrochó su blusa, pasando la boca por cada trozo de piel que comenzaba a dejarse ver. Mientras su mano se colaba bajo la ropa y acariciaba su intimidad, con suavidad. Estaba húmedo, y extasiantemente cálido.

—Que suave —bufó.

Utilizó dos dedos, para entrar con suavidad, habiendo dibujado circulitos en la entrada antes de hacerlo. La luz de la chimenea que tenían al lado la hacía ver aún más bella, con el fuego que parecía chispear en el reflejo de sus ojos.

Sin dejar de mover los dedos con suavidad pero profundidad dentro de ella, besó su pecho, lamiéndolo con delicadeza. Pasó una de sus piernas por encima de la de ella, y la usó para deslizar su entrepierna, sin poder evitar un jadeó intenso.

Hizo lo que pedía y profundizó en ella con intensidad, allí estaba todo más apretado, pero se sentía bien que mojara sus dedos. Suspiraba a medida que el vaivén sobre la pierna de su gatita aumentaba y la llenaba de un gozo debido a la fricción. Deslizó la boca hasta sus labios, y la besó, jugueteando con su lengua para deslizarla después por su barbilla de nuevo hacia sus pechos.

Mordió su vientre, estaba a punto de culminar, y eso hizo que la fuerza con la que tocaba su entrepierna aumentara considerablemente. No pudo evitar proferir un gemido ahogado.

—Vente conmigo —susurró, deslizándose entre sus brazos para que la abrazara.

Cayó sobre ella, resoplando y escuchando sus palabras desde lejos. Rodó sobre el suelo y se levantó, tendiéndole la mano. Agarró sus rostros y le dio un beso húmedo y corto.

—¿Qué tal si nos adecentamos y vamos a esquiar? —dijo guiñándole un ojo.

Se vistieron para la ocasión y se abrigaron, sin olvidarse claro de la protección solar para el rostro, pues podrían quemarse. Extendió la crema por la carita de la gata divertida.

Después despidieron a la casera y se encaminaron hasta susodicho lugar. Allí les dejaron los esquíes y equipo necesario y Cindy rechazó la ayuda de un monitor, pues ella ya se valía. Se dirigieron a la pista con menos inclinación y se acercó a Mariko.

—Está es la más sencilla, veamos como se te da —sonrió y procedió a explicarle que es lo que debía hacer.

Asintió y descendió con gracilidad la mitad de aquella pista, deteniéndose levantando un poco de nieve. Se apartó las gafas de sol y puso las manos alrededor de su boca a modo de alta voz.

—Inténtalo hasta aquí —le gritó y se apartó ligeramente. En caso de imprevisto, podría ayudarla de aquella manera. Aunque poco a poco se estaba haciendo con los esquíes.

Se acercó sonriente y le dedicó un guiño. Lo había hecho de primera. Ahora que ya sabía usarlos le inquirió subir a una pista más alta, así que se dirigieron al telesilla. Le explicó que es lo que debía hacer para sentarse sin caerse y rió al ver como un niño se caía frente a ellas.

—O te ocurrirá eso —dijo, viendo como se acercaba una de las sillas— ¿Lista?

Se deslizó hasta ella y le dio un pequeño abrazó, revolviendole el pelo ligeramente. Besó su mejilla, y se agachó para ajustar bien los esquíes de la gatita.

—Seguro, no ocurrirá nada, confío en ti —levantó el rostro—. Además, yo iré tras de ti.

Se irguió y se apartó para dejarle espacio a que se lanzara por la pendiente. Ella iría detrás, por si cualquier cosa, aunque no dudaba de sus aptitudes.

La abrazó contra su pecho y dejo un beso sobre su cabello. La felicitó por su gran trabajo y cansada le pidió que fueran a descansar de nuevo a la estación, donde con dos tazas de té caliente se sentaron en unos sofás alejados de color rojizo.

Olió el té.

—Ya estoy mayor para tanto deporte —dijo y le guiñó un ojo a la gatita que estaba frente a ella.

Sonrió a los halagos de la pequeña y bebió un poco de su taza. Estaba ardiendo, por lo que sintió el escozor en los labios. Enarcó las cejas y dejó de nuevo la taza sobre la mesa.

Mantuvieron una charla amena, ajenas a la algarabía de voces que se apreciaba a su alrededor.

—Me alegra que tuvieras la idea de hacer este viaje —confesó acabando su taza de té—. Me siento... realmente bien contigo.

Murmuró, había desviado la mirada hacia la ventana, y contemplaba como la tarde se consumia y los copos de nieve de nuevo comenzaban a caer amenazando tormenta.

La miró a aquellos ojos que tanto la encantaban y despegó los labios para decir algo que sentía vivamente, mas no pudo, se le hizo un nudo en la garganta. Así que, se limitó a asentir y sonreír con cierta amargura. Al parecer la tormenta iba a empezar.

—Quizá debamos retirarnos por hoy —afirmó levantándose del lugar.

Se bañaron y terminaron de nuevo tumbada sobre la alfombra, cubierta con una manta a pesar de estar junto al fuego y abrigadas. La gatita descansaba entre sus piernas, y ella la abrazaba por la espalda.

—Ey, Mariko... —susurró en su oído.

Apoyó la mejilla en la de ella y respiró profundamente antes de pronunciarse. Podría decirse que sentía un nudo apretado en el estomago y una especie de mecanismo impedía que de su garganta saliera sonido alguno. Tartamudeó sin decir nada y cerró los ojos para serenarse. Sonrió, sintiéndose una completa idiota.

Pero finalmente habló, con voz suave.

—Te amo, ¿lo sabes, verdad?