Un lugar apartado ~Privado~

El aire del exterior logró el efecto deseado. La anciana del lugar ya estaba limpiando el hall y le dedicó una sonrisa al verla pasar. Notaba la gélida brisa golpeando sus mejillas, el hueco entre sus clavículas, sus piernas. Lo había pasado bien, había liberado el cansancio del trabajo, pero aún así, por muy lejos que se fuera las pesadillas seguían retornando. Terminó el cigarrillo y lo apagó. Miró su coche en el pequeño aparcamiento delantero. Partirían pronto, de vuelta a la rutina, aunque le esperaban nuevos cambios.

Volvió a la habitación y se encontró de pies a la gatita, disponiendo todo para su partida. La agarró con fuerza de la muñeca y la arrastró hasta el baño.

—Prepara la bañera —sentenció con su voz grave.

Salió del baño a preparar su ropa y quitarse la bata.

La bañera estuvo preparada con rapidez y eficiencia. Pasó desnuda junto a la gatita y metió la mano en el agua, de verás estaba excelente. Se sumergió en el agua y dejo que su cuerpo se templara. Después abrió los ojos y miró a Mariko, aún bloqueada.

—No te quedes ahí y lávame —dijo. Era un tono neutro, que no denotaba nada en especial. Después de todo la gatita parecía ser obediente. Aunque probablemente estuviera aturdida por su comportamiento. Pero ser amable siempre, era agotador.

Guardó silencio mientras la pequeña la aseaba. Sabía que estaría más que extrañada de todo aquello. Tampoco era culpable de nada, solo había de obedecer. Una vez hubo terminado salió de la bañera y aguardó a que trajera las toallas. Las tomó y se envolvió el cuerpo y el pelo en ellas. Se sentó en un pequeño banquito de madera que había junto a la pared. Cruzó las piernas.

—Arrodíllate —le estaba pidiendo que se arrodillará frente a ella. La miró con un brillo en los azules ojos.

La empujó con el pie, haciendo que elevará los hombros. No quería una reverencia sino que simplemente se arrodillara y que la mirará a los ojos. Se quitó la toalla de la cabeza y dejó que el dorado cabello cayera sobre sus hombros.

—Mariko, ¿harías cualquier cosa por mí? —la miró a los ojos con fijeza.

No era la mejor respuesta que esperaba, pero se dio por satisfecha esa vez. Se levantó y acarició los cabellos de la gata. Tenía las orejas gachas, y el rostro de un niño que ha sido regañado por su madre.

—Prepárate, ya es hora de irnos —señaló saliendo del baño. Se acercó a la ropa que tenía sobre la cama y se dispuso a vestirse. Acicaló sus cabellos y guardó las últimas cosas en la maleta.

Llevaron las maletas y ella las metió en el maletero, pues la pequeña se mantenía a una distancia prudente del coche como si lo temiera. En silencio tomaron asiento en el coche y ella arrancó, en varios minutos se encontraban en la autopista que estaba prácticamente desierta. Condujo con más lentitud aquella vez, pues no tenía tanta prisa por volver como la había tenido por ir.

Encendió la radio, que comenzó a emitir una música animada. Sin decir mucho más usó la mano derecha para coger la de su gatita y la arrastró hasta su propio muslo. Sonrió con cierto sarcasmo, sin apartar la mirada de la carretera.

Volvió a apartar una de las manos del volante, para encenderse un cigarrillo. Escuchó las pregunta atropelladas de la joven con las cejas enarcadas, y abrió la ventanilla para evitar que el humo se quedará en el coche. Pisó con mayor fuerza el pedal y el coche tomó más velocidad. Tomó una profunda calada y volvió a tomar el volante.

—¿Crees que no te quiero? —dijo con seriedad, mientras dejaba que el humo se escapará de su boca.

Ocultó los ojos bajo las gafas que tomó de la guantera y lanzó el cigarrillo por la ventana, aún a sabiendas de que estaba prohibido. Desde luego que era una niña. Por suerte, se consideraba una persona muy paciente. Se limitó a conducir en silencio y dejar que ella se relajara. Largos minutos después despegó los labios para hablar, sin mirarla.

—¿Se te ha pasado ya la rabieta?

Abrió la ventanilla, a medida que se acercaban la ciudad, el calor se iba haciendo insoportable. Ahora era cuando lamentaba tener en estima a aquel coche sin aire acondicionado. La gatita seguía igual de encolerizada, y comenzaba a rozar lo paranoico.

Soltó una larga y sonora carcajada.

—No te voy a devolver a ningún sitio —la miró de reojo con firmeza— Eres mía y de nadie más.

Volvió la mirada a la carretera, que comenzaba a estar un poco más frecuentada pues ya llegaban a la mitad del día.

—Pero si te portas así, tendré que castigarte.

Detuvo el coche en un semáforo. Sintió el cambio de actitud de la gatita, al parecer sus palabras funcionaban. También la percibió moverse cuando se acercó a su oído y el tacto cálido y suave de su lengua.

La agarró de la barbilla y la miró, dejando que sus gafas cayeran en su puente para que viera sus ojos.

—Todo lo que has de hacer es complacerme siempre —dicho aquello deslizó el pulgar por sus labios y volvió al volante cuando la luz se puso en verde. Estaban próximas a llegar.

Sentirla ronronear entre sus piernas no era del todo desagradable. Ya estaba calmada al completo, lo que la alegraba, no quería encontrarse con el trabajo en casa con una niña enrabietada rondando por allí. Le acarició la cabeza y volvió la atención al volante. Pronto se encontrarían ya en casa, ordenarían las maletas y volverían a sus rutinas diarias.

[Doy por cerrado este rol]